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"Toc, toc, ¿puedo convencerlo de que vote a Angela Alsobrooks?": así es un día de puerta a puerta en Estados Unidos
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hace 2 meses atrás.El
“¿Qué pasa si alguien nos recibe apuntándonos con una pistola?”, pregunta Roger Strouse, un cartógrafo retirado de Ohio en una oficina demócrata a la que ha acudido, incapaz de quedarse en casa mientras transcurre una carrera presidencial ajustadísima. El jubilado ya ha enviado más de 120 cartas manuscritas a ciudadanos afroamericanos de Georgia, Virginia, Michigan y Carolina del Norte para convencerlos de que su voto importa, pero sentía que tenía que hacer más. “Me vuela la cabeza que la gente pueda escogerlo a él, que no les importe que sea un delincuente, un mentiroso, no lo puedo entender”, dice sobre Donald Trump de camino al barrio de Bethesda, en el estado de Maryland y donde le ha tocado hacer puerta a puerta.
El canvassing o, simple y llanamente, el llamar a las puertas de los votantes en los meses previos a las elecciones es una tradición que continúa muy, muy arraigada en Estados Unidos, pero inexistente en países como España. En este caso, la oficina del Partido Demócrata de Silver Springs -estado de Maryland, pero muy cerca de Washington DC- tiene como objetivo llamar al menos una vez a todas las casas de su delimitación geográfica gracias a los miles de voluntarios que deciden echar una mano. Pero no todos tienen la misma tarea. Si bien hace meses la idea era dar a conocer a Angela Alsobrooks, su candidata al Senado y protagonista de la carrera electoral más apretada del estado, conforme se acercaron las elecciones el objetivo pasó a ser que todos los posibles votantes conozcan cómo deben registrarse para votar y estos últimos días la principal tarea es conseguir que los simpatizantes no se queden en casa.
“Muy importante: no empezamos con un ‘¿conoce usted a Angela Alsobrooks?’, primero porque es bastante desconocida, y después porque aunque fuese conocida no queremos que la primera reacción de nadie sea ‘oh, no… soy idiota… estoy muy desinformado’”, recuerda a los voluntarios Greg Bonsignore, un neoyorkino que ha puesto en “pausa” su vida en Madrid para dedicarse unos meses a la campaña. “La idea es empezar con un ‘hola’ más el nombre de la persona con la que queremos hablar, lo tenéis en la aplicación, y después decimos ‘me llamo tal y soy voluntario para los demócratas de Maryland, ¿qué tal está hoy?’ Una vez llegado a ese punto, ya sí: ‘Estamos tocando puertas para pedir a la gente que vote a la demócrata Angela Alsobrooks para el Senado de Estados Unidos. ¿Podemos contar con su voto?’”.
Bonsignore es el jefe de la oficina y derrocha carisma, seguridad y respuestas para todo.
-Siento mucho preguntar esto, pero, ¿y si nos sacan el tema de sus problemas fiscales?
-Es un asunto que tenía que ver con su abuela, una exenciones fiscales que ella no sabía que su abuela tenía pero en cuanto lo ha sabido lo ha regularizado, por mucho que los republicanos sigan insistiendo en lo mismo.
-¿Y si alguien nos insulta?
-El tiempo que pasa entre una reacción verbal violenta y una física puede ser muy, muy corto, así que nos retiramos lo más rápido posible. “Gracias por su tiempo, que tenga un buen día” y salimos de allí. Si la situación va a más, nos avisáis o llamáis a la policía, deberéis valorarlo.
-¿Podemos plantarnos en la puerta de alguien, no es eso invadir una propiedad privada?
-Es cierto que en Estados Unidos existe la idea de que nadie puede siquiera entrar al jardín de una casa, pero no es así: tenéis todo el derecho a llegar hasta la puerta de una vivienda, la ley nos protege, y si alguien os dice lo contrario podéis decírselo, aunque lo primero es vuestra seguridad. Ah, y si veis banderas pro Trump, banderas confederadas, un perro enfurecido o cualquier otro elemento que os haga sentir inseguros seguís adelante, vuestra seguridad es lo primero. En esos casos, recordad marcarlo en la aplicación para el siguiente.
Los voluntarios que llaman a las puertas de todo el país no son parte de las juventudes de los partidos, apoderados ni cargos internos: son personas anónimas que deciden dedicar parte de su tiempo para echar una mano, a veces unos días, a veces unas horas. “Hay quien piensa que esto sobre todo lo hacen jóvenes que buscan proyección o entrar en la política, pero viene gente de todo tipo de sitios. Por aquí han pasado abogados del Banco Mundial, gente que trabaja en instituciones en Washington, de todo”, explica Jorge Arango, un colombiano-estadounidense-español que sí trabaja para el partido a nivel estatal.
Como no se exige ningún tipo de experiencia ni bagaje, a todos los voluntarios se les forma justo antes de comenzar su tarea. Un pequeño entrenamiento y a la calle. En la web de los demócratas se puede echar un vistazo a las necesidades y apuntarse a lo que a uno más le apetezca, pero Arango y Bonsignore insisten a todo el que aparece por la oficina en que el puerta a puerta es lo más importante, porque el partido tiene comprobado que las probabilidades de conseguir que alguien cambie su voto o que simplemente acuda a votar cuando no pensaba hacerlo son muchísimo más altas cuando llaman a su puerta que cuando reciben llamadas, SMS, cartas u otro tipo de acciones.
Rumbo a Bethesda
Roger Strouse -“Rogelio en español”, dice, asegurando que es un nombre típico latinoamericano- se sube a su coche para emprender la marcha al barrio asignado de Alta Vista Terrace, en Bethesda, donde casualmente vivió unos años de joven. Para su sorpresa, se trata de una zona muy, muy demócrata, lo que es una buena noticia porque es improbable que nadie saque una pistola como él temía, pero en un primer momento suena decepcionante: ¿qué sentido tiene ir allí, si ya están convencidos? En la oficina se han encargado de aclararlo: quedan solo unos días para las elecciones y ya no es momento de reclutar a nuevos votantes, sino de convencer a quienes anteriormente han votado progresista de que no se queden en casa, insistirles en que su voto es más importante que nunca y sobre todo de que deben depositarlo antes del día de las elecciones, que cae en martes.
“Sabemos bien que cuando perdemos es porque muchos demócratas no se han movilizado: se confían porque su entorno vota igual que ellos, esperan al último día y quizás se les complica, solo les dan un pequeño descanso en el trabajo para votar, al llegar ahí se encuentran colas enormes, deciden no votar y pam, perdemos”, ha recordado antes Arango.
Además, en esta ocasión es fácil confiarse porque la candidata Alsobrooks lidera las encuestas por 14 puntos, pero cuidado: los carteles en la oficina recuerdan que su contrincante llegó a gobernador pese a que los sondeos lo daban por perdedor, con lo que no hay que dar nada por hecho. Así que la misión está muy clara: no solo hay que preguntar si el vecino en cuestión va a votar por la candidata demócrata al Senado, sino hablarle de las bondades del voto anticipado y pedirle que concrete cuándo piensa ir, qué día, a qué hora, por qué no este mismo sábado, ¿y este domingo?, en un esfuerzo de visualización que pueda reducir las posibilidades de que esa persona termine no votando. En la mayor parte de EEUU los “colegios” u oficinas electorales abren semanas antes del día de las elecciones, un proceso más sencillo que el -también existente- voto por correo.
Una vez allí, flyers, pegatinas, carteles para colocar en el jardín y aplicación en ristre, hay que dirigirse a la primera casa. Los flyers son para quienes abren, las pegatinas, para que quienes no lo hacen sepan que un voluntario ha estado allí y los carteles, solo para los que se sienten cómodos exponiendo su perfil político.
El partido se organiza a través de una aplicación en la que los voluntarios inician sesión con un número personal y les indica qué 50 casas deben visitar en su turno, lo que les debería llevar unas tres horas. En la app aparecen las direcciones-objetivo, pero también los nombres de las personas por las que hay que preguntar, su edad, su sexo y si están registrados como votantes de algún partido. Es importante, ha recordado Bonsignore antes, que si la aplicación dice que hay que hablar con una señora se hable con ella, independientemente de que su marido diga que está ocupada. “No, disculpe, hemos venido a hablar con ella” es el código indicado. Los demócratas saben que las mujeres son sus mejores aliadas y también que los esposos hablan por ellas demasiado a menudo.
Después, la realidad es más dura que la teoría. La inmensa mayoría de los votantes no están en casa, no abren la puerta o tienen perros ladradores que no permiten acceder al timbre, quienes sí lo hacen a veces no son quienes aparecen en la app (y en el censo) y si lo son muchos no entienden que alguien quiera hablar con ellos cuando lo primero que han dicho es que van a votar demócrata. “No perdáis el tiempo conmigo, estoy con vosotros”, dice una mujer en un intento por dispersar al voluntario y a la reportera antes casi de mediar palabra. “No están ni mi padre ni mi hermana, ya no viven aquí”, asegura una chica. “Ya he votado hoy”, dicen un buen número de ellos, mostrando puntualidad y sus pegatinas correspondientes, porque en Maryland, ese mismo día -este jueves- era el primero en el que se podía depositar el voto anticipado en persona.
Pero el rato de conversación es importante para planificar el voto anticipado y también porque no se trata de que el votante escoja a Kamala Harris como presidenta, algo que en Maryland ni siquiera importa porque lleva escogiendo al candidato presidencial demócrata desde 1988. Tampoco merece la pena hacer campaña para el candidato Jamie Raskin para el Congreso: la clave está en que opten por la demócrata Angela Alsobrooks para el Senado, porque su rival, el republicano Larry Hogan, ha ejercido como gobernador los últimos ocho años y es percibido por buena parte de los votantes -también demócratas- como una buena persona, independiente y moderada. Sin embargo, si el Partido Demócrata pierde el Senado Harris tendría las manos atadas durante su hipotética presidencia, y esa es también la razón de que todo el foco, la inversión y el tiempo del partido en Maryland esté en la candidata Alsobrooks.
En las puertas de las casas, el excartógrafo ni siquiera tiene que desplegar sus dotes dialécticas porque realmente nadie quiere entrar en una discusión: la mayoría confiesan ser demócratas y quien no, o no abre la puerta o directamente dice que no quiere hablar. Así que no sirve de mucho el discurso que ha memorizado a partir del texto que aparece en la aplicación. “Yo apoyo a Angela Alsobrooks porque luchará para proteger el derecho de la mujer para tomar decisiones sobre su propio cuerpo y se enfrentará a los políticos republicanos que quieren prohibirlo a nivel nacional”, rezaba el argumentario orientado a un hipotético votante indeciso.
En total, Strouse intenta localizar a 101 personas en 48 casas diferentes, algunas bastante separadas entre sí, con lo que hay que coger el coche, moverlo, aparcar y volver a empezar en otro barrio. Le lleva casi cuatro horas, prácticamente las mismas que al otro voluntario que ha sido enviado a la zona, Dean Riechard, quien ya había desempeñado la misma tarea hace diez años en Míchigan. Hacia el final de la jornada, ya es difícil hasta entender la aplicación, se hace complicado recordar que cada vez hay que introducir los datos que facilitan los votantes como si piensa votar demócrata, si no, si va a votar anticipadamente o no, y si va a cumplir con la petición-tarea que los voluntarios deben hacer a todos los vecinos. De eso sí que no se olvida el jubilado, lo pregunta religiosamente en todas y cada una de las casas y, sorprendentemente, obtiene respuestas siempre amables. “Espere, espere, una cosa más: ¿podría enviar un mensaje a tres personas para convencerlas de que voten demócrata?”