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Luces y sombras en el atentado contra Donald Trump

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El atentado que tuvo como protagonista este fin de semana al candidato republicano y otrora presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ha tenido particulares repercusiones tanto a nivel mediático como político.

Las tensiones aumentan a medida que las elecciones presidenciales de noviembre se acercan con un Biden presionado por abandonar la carrera por la reelección y con Trump ahora decidido más que nunca a continuar en camino a la Casa Blanca otra vez.

El hecho

Escenario: un mítin político-electoral en la pequeña ciudad de Butler, en el estado de Pensilvania, el pasado sábado 13 de julio.

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Una bala impactó casi rozando la oreja derecha de Trump, provocándole una leve heridad y un brote de sangre capturado por todas las cámaras en el momento. No se han confirmado hasta el cierre de esta nota la cantidad de disparos efectuados. Tres personas que formaban parte de la manifestación fueron heridas; una de ellas murió ipso facto.

El francotirador murió tras ser neutralizado por los Servicios Secretos en el acto, identificado posteriormente como Thomas Crooks de 20 años, presuntamente un activista Antifa con problemas de sanidad mental.

Tras el atentado, presidentes y primeros ministros rechazaron el suceso y todo uso de violencia política, incluyendo un mensaje del presidente Nicolás Maduro.

Reacciones y direcciones

Apenas ocurrió el suceso, se produjo un desdén total y claramente coordinado del término “asesinato” o “intento de asesinato” entre políticos del Partido Demócrata y los medios de comunicación asociados a éste, una rama clave del establishment estadounidense. Quien sentó la pauta de esta narrativa con un post en X fue Barack Obama, alegando que “aún no sabemos exactamente qué ocurrió”, a pesar de las evidencias:

Biden posteriormente esa misma noche se negó a llamarle «intento de asesinato» a lo sucedido contra Trump, aunque sí mencionó la palabra “tiroteo” (shooting).

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USA Today, NBC News, CNN, MSNBC y AP, por nombrar algunos, se dieron a la tarea de encubrimiento y minimización intencional de lo ocurrido en Butler, haciendo todo lo posible para presentarlo como si no fuera un intento de asesinato.

Se trata de una operación psicológica para alejar de Trump toda imaginería de martirio que pudiera darle alas a la candidatura republicana, ante la debilitada figura de Biden luego del debate presidencial a comienzos de este mes. Un presidente recibió literalmente un disparo en la cara, y la bala que pasó cerca de su cabeza fue captada por una cámara. ¿Qué más se necesita para que se considere inequívocamente un intento de asesinato?

La negación de que hubo un intento de asesinato contra Trump, la banalización del hecho y la cartelización de mostrarlo como un “hecho más” han sido atenuadas en las últimas 48 horas, sin embargo, hasta ahora no se ha tratado el tema con la seriedad que requiere.

El tiroteo en Butler fue dos días antes de que los republicanos se reunieran en Milwaukee para su convención de nominación, donde se confirmaría la candidatura de Donald Trump (como efectivamente sucedió este lunes 15 de julio). Si bien los demócratas han culpado al magnate por alentar la violencia política, esta vez ocurrió al revés: los republicanos culparon instantáneamente al presidente Biden y sus aliados por el ataque.

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Argumentaron que provenía de un lenguaje incendiario que etiquetaba al expresidente como un protofascista que destruiría la (supuesta) democracia estadounidense y como alguien a quien se debe detener a como dé lugar: el ahora candidato a Vicepresidente en la fórmula de Trump, el senador J.D. Vance, dijo que “La premisa central de la campaña de Biden es que el presidente Donald Trump es un fascista autoritario que debe ser detenido a toda costa. Esa retórica condujo directamente al intento de asesinato del presidente Trump”.

La polarización política desde la asunción del fenómeno Trump ha puesto a la sociedad de Estados Unidos en una encrucijada, donde una buena parte de la población apoya la apuesta del candidato republicano, mientras que otra secunda al establishment demócrata, en una pugna ideológica y pragmática mucho más compleja que ha puesto en el tapete de analistas y opinadores de oficio (y de artistas de varias disciplinas) el escenario plausible de una próxima guerra civil estadounidense.

The New York Times cita a Michael Kazin, historiador de la Universidad de Georgetown, quien afirmó que la violencia política tiene una larga historia en Estados Unidos: «Como en 1968, ó 1919 ó 1886 ó 1861, la violencia que acaba de ocurrir es bastante inevitable en una sociedad tan amargamente dividida como la nuestra», dijo.

La referencia a dichas fechas es a los asesinatos e intentos de asesinatos de presidentes estadounidenses, una tradición bastante coherente en el país del norte a lo largo de dos siglos y medio. Abraham Lincoln y James Garfield en el siglo XIX y William McKinley y John F. Kennedy en el siglo XX fueron magnicidios exitosos. Ronald Reagan y ahora Donald Trump fueron víctimas de intentos de magnicidio, ambos del Partido Republicano.

Pero es, como sugiere Kazin, la primera vez que un hecho conmocionante como el asesinato de Trump lo que pudiera dar un impulso grave al escenario de guerra civil, como se pudo ver en la película de Alex Garland, Civil War, por las tensiones vividas en lo político-ideológico y demás factores de división en Estados Unidos que valdrá la pena analizar en otro momento.

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Preguntas sin posibles respuestas

En el mundo ha habido otros intentos de magnicidio recientes. El primer ministro eslovaco Robert Fico fue víctima de un atentado hace apenas dos meses. También se reportó la prevención por parte del servicio de inteligencia húngaro de un intento de asesinato contra el primer ministro Viktor Orban. Y el jefe de inteligencia militar ucraniano Kyrylo Budanov anunció que, de hecho, se han llevado a cabo operaciones para eliminar a Putin, pero hasta ahora no han tenido éxito.

Ello indica una tendencia de llevar a cabo atentados de este tipo, justamente contra personalidades políticas contrarias a los intereses y agendas del Partido Demócrata y sus socios, incluyendo Trump.

Si bien la narrativa del “lobo solitario” ha dominado en la adjudicación de responsabilidades por sucesos así, valdría la pena emitir algunas preguntas y comentarios que posiblemente no tengan respuestas pero que abren el compás de perspectivas en torno al suceso ocurrido en Butler.

¿Cómo fue posible que el tirador estuviera tan cerca de la plataforma donde estaba Trump para obtener un tiro abierto sin que fuera detectado por el Servicio Secreto? ¿Por qué el Servicio Secreto tardó en neutralizar al francotirador luego de los disparos? ¿Cuál es la razón para que los cuerpos de seguridad no tuvieran escudos anti-balas? ¿Hubo otros tiradores en el sitio, y si fue así (como sugiere un experto forense), por qué no hay reportes al respecto en los medios mainstream? Y por último: ¿Hay alguna relación entre este intento de asesinato y los reportados contra los máximos dirigentes de Eslovaquia, Hungría y Rusia?

Son interrogaciones que arroja luces y sombras a la cuestión. Lo más probable es que no tendrán respuestas, pero también es posible que muchos otros detalles en torno a la investigación contribuyan a condensar la niebla mediático del asunto. Veremos.

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