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El paraíso que perdimos: Crónica de viaje al Estado salmonero (canadiense, en la Patagonia)

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Había que salir temprano esa mañana.  Despuntando el alba, que en los otoños de la Patagonia la claridad trepa por los cerros rasguñando las 6.  A las 7 debía estar en Puerto Río Tranquilo.  El pueblo de las capillas de mármol.  La puerta de entrada al glaciar Exploradores.   Para nosotros, antesala del litoral norte del Parque Nacional Laguna San Rafael.

Daniel Torres, el patrón del zodiac, había sido claro.  Como siempre.  “Hay que aprovechar el viaje”.  Los casi 90 kilómetros que separan Puerto Río Tranquilo de Puerto Grosse (Bahía Exploradores), que en pavimento tomarían unos 50 minutos, en este rústico camino de Aysén se transforman en dos horas y algo más.

La escueta locación se ha convertido en un fundamental punto de partida para visitar el Santuario de la Naturaleza Estero de Quitralco, al norte de la desembocadura del Exploradores.  Y la laguna San Rafael, al sur.  O como en nuestro caso, para registrar las huellas de la industria salmonera al interior del parque.  Controversial legado en un área que, como país y sociedad, se suponía acordamos salvaguardar.  Para que su título de área silvestre protegida no sea gratuito.

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Según un reciente catastro publicado por la campaña ¡Salvemos la Patagonia!, de las 1.380 concesiones para el cultivo de salmón otorgadas en las regiones de Los Lagos, Aysén y Magallanes, cerca de un tercio (408) se ubican al interior de las porciones marinas de áreas protegidas.  El caso más desastroso es el de la Reserva Nacional Las Guaitecas, que concentra 313 de estas autorizaciones.  Un 22% del total.  2Las empresas virtualmente dueñas de estos espacios de mar, concentrando la mayoría de las concesiones, son Nova Austral S.A y AquaChile SpA con sus subsidiarias, aunque también están Exportadora Los Fiordos Ltda., Inversiones de Desarrollo Inmobiliario S.A., Salmonconcesiones IX Región S.A, Salmones Blumar S.A y Cooke Aquaculture Chile S.A.

Bajo la óptica de proteger los ecosistemas, estas cifras deberían significar una voz de alerta.  Pero no todos lo ven así.  Para sus controladores es un tema menor.  Una nimiedad: “No podemos reducir el debate de la industria sólo a las áreas protegidas” dijo en septiembre de 2023 Loreto Seguel, directora ejecutiva del Consejo del Salmón.

Hoy apura mostrar el lado b de este modelo productivo.  Ese flanco que se calla ante tanta positiva cifra que producen, desde un bien montado sistema de propaganda, empresas de comunicación y medios afines al sector.   Números que instrumentalizan actores políticos aliados a todo ese entramado social que pulula a su alrededor, ávido por recoger lo que cae de la mesa donde las grandes corporaciones del salmón engullen la vida marina austral.  Pero más allá de la poesía, lo claro es que la actividad del cultivo de estas especies exóticas en el mar interior de la Patagonia chilena ha estado provocando importantes impactos ecosistémicos.

Ejemplo es el fiordo Comau: Un estudio de 2013 demostró que en 10 años de operaciones acuícolas en el área disminuyó sustantivamente su biodiversidad, llegando a reducirse la abundancia de especies bentónicas hasta un 75 % en dicho período.

La elevada cantidad de residuos orgánicos generados por la acumulación de numerosas concesiones de acuicultura, la eutrofización del fiordo que la acompaña, el uso poco controlado de grandes cantidades de productos químicos y la explotación descontrolada de bancos naturales de mitílidos representan amenazas para la fauna única de aguas frías del fiordo Comau, dominada por organismos filtradores”, se explica en “Cambios graduales de la biodiversidad bentónica en el fiordo Comau, Patagonia chilena – Observaciones laterales a lo largo de una década de investigación taxonómica”.

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La hora del extractivismo

Las recientes elecciones de gobernadores, alcaldes, consejeros regionales y concejales en Chile, y del presidente de Estados Unidos, son una muestra más del actual ciclo político.  Aquél que avanza henchido de ideas pro crecimiento a ultranza, de la mano del extractivismo.  Ése que ha venido ganando terreno a paso firme en el país y el planeta.  En Chile, desde el rechazo de la primera propuesta constitucional en septiembre de 2022, las fuerzas que niegan la triple crisis ecológica (climática, de pérdida de biodiversidad y contaminación) han permanecido medianamente exitosas en instalar un discurso que busca retroceder en materias que suponíamos superadas.  Y no sólo en términos ambientales.

La importancia de los derechos humanos, las reivindicaciones de pueblos originarios, la protección ambiental, la inclusión de las diversidades, la equidad y sentido de solidaridad social en las políticas del Estado, junto a la relevancia de lo público y colectivo, son sistemáticamente puestas en duda en pro del moderno mantra global:  la libertad individual, simplificada a la noción de que “cada quien haga lo que dé la gana”.  Individuos y empresas, mientras muevan la economía.  Cierta economía.  Su economía.

Vamos con un recuento necesario.

En Aysén ya han salido voces que buscan acordar “un gran pacto” en pro del desarrollo, como el senador UDI David Sandoval, aunque no explican bien qué entienden por éste.  Una pista: crecimiento a todo evento, que claramente no es lo mismo que desarrollo.

Esta ofensiva va en línea con la idea de que cuando el Estado cautela el interés público lo que en realidad está haciendo es poner trabas al legítimo emprendimiento privado.  A aquello le han llamado, despectivamente, permisología.  Actores políticos y sociales que han carecido históricamente de interés por el medio ambiente hoy hacen fila para apoyar iniciativas productivas como centrales hidroeléctricashidrógeno -mal llamado- verdeinstalaciones eólicasdesaladoras, casi siempre como megaproyectos emplazados en áreas de alto valor ambiental y/o precariedad socioeconómica, bajo el argumento de que permitirán “bajar la huella de carbono”. O que serán el pasaporte de Chile hacia una economía verde, de la mano de la carbono neutralidad.  Lo cierto es que la motivación última sistemáticamente es, y ha sido, la rentabilización económica, nada muy distinto de los ejes que nos trajeron al dilema climático actual.

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En esta posición están las salmoneras.  Un sector productivo demostradamente desinteresado por proteger los lugares en que opera hoy pretende convencernos de que lo suyo es la sustentabilidad.   “Durante muchos años, la salmonicultura ha sido silente frente a mitos que han generado una imagen inadecuada de ella” dijo hace un tiempo Felipe Hormazábal, subgerente de Sostenibilidad de Blumar.   Para sus ejecutivos, los datos que exponen sus pasivos ambientales no son hechos sino leyendas.

A esto se suma su ofensiva en términos de responsabilidad social corporativa, repartiendo alimentos a personas en situación de vulnerabilidad, financiando cursos y mentorías a emprendedores, elaborando currículos formativos para liceos, impulsando el desarrollo turístico a través de la gastronomía del salmón. Prácticas a las cuales el gobierno ecologista se ha sumado con agrado.

Lo cierto es que la necesidad de estas actividades de relacionamiento comunitario devela una industria que no funciona. Por lo menos bajo el modelo de mercado.  Si un sector requiere entregar incentivos extraordinarios para su aceptación entre la comunidad donde opera, más allá del empleo y el aporte productivo consustancial a su actividad, es porque algo mal está haciendo para cumplir su leit motiv: ser empresa.  El legado de estas entidades se debe medir por su aporte en calidad de agentes económicos, no por disfrazarse de Santa Claus o Sor Teresa.  De otra forma, lo que se hace es soborno social.

Una herencia que persiste

De regreso en el litoral de la Patagonia.

Ese miércoles de octubre escampaba, tras varios días de intensas lluvias.  Nublado tendiendo a iluminado, más bien.  Años ya que deseché, para referirme a las condiciones climáticas, la idea de días “lindos”, “bonitos” o “malos”.  O el tiempo que “mejora” o “se echa a perder”.  El sol tiene su momento y lugar, así como el viento, la lluvia, el frío, y la escarcha sus propias funciones.  Los ciclos de la naturaleza no emergen en lugar alguno para estropear la salida outdoor de nadie.   Tampoco la nuestra: junto a Daniel, el dirigente ambientalista Peter Hartmann y el documentalista de naturaleza Daniel Casado, quien con su imprescindible documental acuñó el concepto de “Estado salmonero”.

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Dejamos atrás el delta del Exploradores, colmado de islotes de pastizales a los que uno que otro poblador recurre para alimentar controladamente sus animales.  Ya en el fiordo nos recibe el soplo de una ballena jorobada: Daniel nos explica que desde hace unas semanas navega por el lugar.  Que la ha grabado en los días previos.  Pero su lomo y zambullida fueron esquivos ese día.  Pasadas las semanas, vivo con la certeza de que aquél era el ejemplar cuyos restos aparecieron cerca del área donde vimos el chorro, a la altura del centro Huillines 3, de Cooke Aquaculture.  Dentro del límite marino norte del Parque Nacional Laguna San Rafael.

Este viaje se concretó a sólo unos días del término de una semana de limpieza de playas familiar que organizó la comunidad de Puerto Río Tranquilo, entre ellos el propio Daniel. Sin parafernalia alguna, sin marketing, sin apoyo empresarial acuícola ni gubernamental.  Un grupo de personas sólo motivado por el cariño al lugar que habita y en el cual despliega sus medios de vida.

Navegando por los canales, notamos que ese trabajo, junto a las bien publicitadas ofensivas de limpieza de playa de la industria, ha tenido impacto. Ya no se ven en el lugar flotando, o arrimados a las orillas, restos de basura salmonera como boyas, retazos de pontones, cabos o grandes piezas de plumavit.   Una herencia que denunciaron por años los operadores turísticos del lugar.  Sólo entre enero y marzo de 2022 el Consejo del Salmón informó que se retiraron 75 toneladas de basura, en 934 incursiones.

Lo que no dicen es que se trata, principalmente, de desechos de sus propias actividades.  Y, más aún, que una parte importante de sus desechos no termina en las playas ni en la superficie: se depositan y acumulan en el fondo marino (mayoritariamente por las heces y el alimento no consumido) o contaminan las aguas a través de los químicos y antibióticos utilizados.  Y eso no es tan fácil de sanear.

Gran parte del litoral de Aysén está plagado de concesiones.  Según un informe de junio de 2024 del Gobierno Regional de Aysén hay otorgadas 719, de las cuales hoy 129 se encuentran operando. Entre otorgadas y en trámite, 318 están en áreas protegidas de la región.

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Desplegadas en el mapa, el ayer prístino mar de la Patagonia pareciera sufrir de sarampión.  O, peor aún, viruela.  Y al igual que estas enfermedades, en Chile la salmonicultura opera como una industria contagiosa que no es viable si no sigue expandiéndose y depredando el mar.  Al igual que la minería, sólo puede existir devorando cada día más y más territorio.  En este caso, el mar y la vida que éste alberga.  A través de procesos de relocalización.  O de los bien documentados casos de sobreproducción.

Existe un grupo de concesiones que no están operando, bajo el concepto de “descanso sanitario”.  Éste es “un período de tiempo durante el cual los centros de cultivo integrantes de la agrupación (salmonera) respectiva, deberán cesar sus operaciones y retirar la totalidad de ejemplares del centro, quedando prohibido el ingreso y mantención de especies hidrobiológicas”.   Para otros, estas instalaciones no están en receso sino sólo abandonadas.  Como gigantes de basura flotante.

La figura de “descanso sanitario” es legado de la crisis del virus ISA (“anemia infecciosa del salmón”) de 2007, que dejó a miles de trabajadores desempleados.  Los motivos fueron claros, la codicia que llevó  a las empresas a recurrir al modelo característico del extractivismo: producir el máximo, al menor tiempo y al menor costo: “1) concentración espacial de las operaciones, 2) sobreproducción y sobrepoblamiento animal, 3) importación de ovas contaminadas, 4) falta de conocimiento científico sobre la relación entre la producción salmonera y el ecosistema en que se desarrolla, y 5) falta de capacidad de fiscalización y mecanismos de control por parte del sector público”, reseña el estudio “Brote del virus ISA: crisis ambiental y capacidad de la institucionalidad ambiental para manejar el conflicto”.

Lo cierto es que estas paralizaciones temporales han servido para eludir los procedimientos de caducidad que se aplican cuando un centro no está operativo por más de dos años. El argumento de la industria se sustenta en un dictamen de Contraloría de septiembre último que señala que “descansos sanitarios coordinados obligatorios permiten suspender la caducidad de una concesión de salmón”. Sin embargo, desde Terram apuntan que, independiente de esta figura, existe falta de fiscalización por parte de las autoridades competentes con el fin de aplicar la normativa sobre caducidades, lo cual también ha sido expuesto por el organismo contralor.

Un tema no menor, considerando que desde la modificación legal de 2010 para salvar a este sector acuícola por la catástrofe de 2007 las concesiones se transformaron en un activo relevante, que les permitió hipotecar (y capitalizar) estos permisos del Estado ante la banca.  Se calcula que un 40 % de las concesiones hoy están hipotecadas, por un total de 1.200 millones de euros.  Haciendo caja (y obteniendo créditos) con el patrimonio común, se llama la obra.

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Un centro salmonero normalmente considera un pontón habitable (especie de caseta flotante), bodega, boyas, pasillos, jaulas bajo la superficie, estructuras de fondeo formadas por bloques de hormigón, cadenas y grilletes, plataforma de ensilaje, y mallas que lo cubren para evitar la depredación de las aves circundantes y el escape de ejemplares producto del oleaje.

Al norte del Parque Nacional Laguna San Rafael existe una veintena de concesiones, la mayoría en el estero Cupquelán (o fiordo, como también se le conoce a estas entradas de mar cuando son producidas por un glaciar) y un par en la desembocadura del río Exploradores.

Todas estas instalaciones son propiedad de Cooke Aquaculture Chile S.A., filial de la canadiense Cooke Aquaculture.   El nuestro, en realidad y como escribió recientemente Peter Hartmann, fue un viaje al enclave de esta empresa en el litoral de Aysén.

¡Petróleo a la vista!

A la salida del delta, la primera en divisarse es la concesión Río Claro 05 (ubicación). En funcionamiento, según es posible establecer por las mallas aéreas que la protegen del acoso tanto de aves como gaviotas, gaviotines o cormoranes.

Punta Caldera fue nuestra primera parada en tierra, muy cerca del área protegida.  Su playa transmite soledad y pristinidad, algo que ante la inmensidad de la naturaleza, se agradece.

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Con menos basura que antes”, comenta Daniel.  Detrás está el centro homónimo (ubicación) y un registro simple da cuenta de la escena que nos acompañará durante todo el trayecto: miles de diminutos restos de plumavit y microdesechos plásticos.

Ya en el Estero Cupquelán, a la altura de una entrada rodeada por los centros Huillines 2 y 3, desembarcamos en una playa del Parque Nacional Laguna San Rafael.  La espuma polimérica (su nombre técnico) nos recibe una vez más, siempre al alcance de la mano (ubicación).

Por ahí vemos las gruesas cadenas que anclan las instalaciones a tierra firme, empotradas en las rocas del litoral protegido.  Una situación a revisar hoy por la Corporación Nacional Forestal.  Mañana por el Servicio de Biodiversidad y Áreas Protegidas, cuando este organismo asuma su administración.

Seguimos viaje y nos encontramos con Huillines 3 (ubicación), que según ha determinado la Superintendencia del Medio Ambiente “se encuentran (junto a Huillines 2) emplazados dentro de los límites marítimos del Parque Nacional Laguna San Rafael, área silvestre protegida que reconoce la existencia y protección de especies de fauna marina como chungungo, lobo de un pelo, de dos pelos, elefante marino, delfín oscuro y tunina negra”.  Se trata del centro salmonero donde días después fue encontrada una ballena jorobada, hoy foco de una investigación por parte del Servicio Nacional de Pesca, la Superintendencia del Medio Ambiente y el Ministerio Público.  Con querella de Greenpeace incluida.

El centro está abandonado.  O, “en descanso sanitario”, como acotan rápidamente desde la empresa.  Recurso utilizado por la industria para evitar la caducidad de las concesiones que no están operando por más de dos años.  Los canadienses, a pesar de su nacionalidad, ya se tiñeron de “la chispeza del chileno”. La idea, hacerle una finta a la legalidad.

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Un vistazo al interior de las instalaciones da cuenta del descuido de una faena cuya concesión original de 1,19 hás. fue aprobada el año 2000.   Ésta fue otorgada a José Bórquez Cárdenas, quien por esos años también obtuvo la concesión Huillines 2, igualmente dentro del parque.  Y Huillines 1 y Exploradores, en el área aledaña (hoy en proceso de relocalización).   Éstas, junto a otra decena que paralelamente se adjudicó en aquella época, fueron transferidas a los pocos años a Salmones Cupquelán, empresa que fuera absorbida posteriormente, en 2008, por Cooke Aquaculture.

En el centro no hay personal visible, sólo boyas, pasillos y el pontón, como vestigios sin gobierno de una pretérita bullente actividad.  Tanta que a principios de 2023 el Tribunal Ambiental de Valdivia confirmó la resolución de la Superintendencia del Medio Ambiente (SMA) que en octubre de 2022 paralizó la siembra de 170 mil ejemplares, producto de haber superado con creces las 35 toneladas establecidas en la normativa ambiental para operar sin resolución de calificación ambiental.  Esto, además de incumplir su autorización sectorial que le permitía un máximo de 125 toneladas por ciclo productivo.

Hoy el organismo investiga a la empresa por elusión del SEIA, ya que aunque la SMA paralizó la siembra de 170 mil peces en 2022 ya había liberado 432.352, superando en más de 2.000 toneladas lo autorizado.

Tóxico”, “corrosivo”, “flammable liquid (líquido inflamable)”, “Laform 80” (químico acidificante y preservante )”, “bodega de químicos”, “peligro sustancias corrosivas” son los rótulos de los contenedores que flotan sin supervisión alguna en la costa del Parque Nacional Laguna San Rafael.

Los salmones producidos por esta empresa en el área son comercializados como productos orgánicos, con certificado Euroleaf que acredita que cumple los estándares de producción de la Unión Europea (UE).  “Nuestro salmón Cooke es cultivado en el fiordo Cupquelán, al sur de la hermosa región de Aysén, rodeado de un entorno con aguas altamente oxigenadas y barreras naturales que protegen nuestros cultivos, además de la flora y fauna de la zona” reseñan en su publicidad, con imágenes de los glaciares de la laguna San Rafael.   Hielos que, en todo caso, están distantes a más de 40 kilómetros del centro más cercano.

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La paradoja es que estos cultivos los asocian a “la mantención de nuestros peces bajo bajas densidades, minimizando el nivel de estrés, con un alto nivel de bienestar animal y con el uso exhaustivo de tecnologías e infraestructura de última generación”.  Los procesos sancionatorios llevados adelante por la SMA en varios centros apuntan, precisamente, en la dirección contraria: sobreproducción.

Cooke también ha incursionado en las acreditaciones del Aquaculture Stewardship Council (ASC), donde a la fecha mantiene una decena de centros certificados.  En éstos no aparecen Huillines 3 (cuya auditoría falló) ni Huillines 2 (al que se le canceló el certificado en 2023).  Sí está Punta Garrao (también ubicado, según la SMA, en la porción marina del Parque Nacional Laguna San Rafael).  Y ha ido también tras las recomendaciones del Best Aquaculture Practices, el Humane Farm Animal Care y  el GlobalG.A.Pentre otras.   Y alguna vez tuvo el Friend of the Sea. Y, por cierto, del Programa para la Optimización del Uso de Antimicrobianos (Certificación PROA-Salmón) del Servicio Nacional de Pesca.

Con tal nivel de preocupación por las certificaciones no se comprenden las controversias relacionadas con contaminaciónmuerte de ballenassobreproducción e impacto en áreas protegidas en que se ha visto envuelta.   Pero no sólo en Chile. En Estados Unidos hace un par de semanas la Fundación para la Ley de la Conservación anunció que demandará a la matriz de la empresa en ese país por “violaciones de la Ley de Agua Limpia” y “contaminación de la costa de Maine”.
Seguimos navegando.

Una familia de lobos marinos en la costa del parque, frente a Punta Garrao, nos recibe con sus rugidos (ubicación).  Orillando el litoral emprenden hacia el sur, donde ya no hay acuicultura.  Quién sabe, a pesar de la comida que buscan en estas instalaciones quizás intuyen que es mejor alejarse, para no ser correteados, o asesinados, a punta de escopetazos. Las matanzas son otro legado de este sector productivo “sustentable”.

Un poco más allá desembarcamos en una playa del extremo oeste del parque (ubicación).  Más desechos como  plumavit, una botella plástica, otra de champú y cabos de amarre. La mochila se nos hace pequeña para guardar tanto derivado del petróleo.   Con este pequeño “tesoro” comenzamos el repliegue.

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En el extremo oeste de Punta Garrao tropezamos con un ancestral corral de pesca (ubicación).  Son éstos cercos de piedras en entradas de mar extensas y de baja profundidad que se llenan de agua cuando sube la marea.  Cuando ésta se repliega, los peces quedan atrapados y pueden ser recogidos más fácilmente.   Cientos, miles de conchas de choritos esperan su turno para transformarse en fósiles, junto a cangrejos que han escogido el lugar como su hogar temporal.

Damos la vuelta y nos despide el centro Punta Garrao (ubicación), cuyas boyas flotan solitarias en la inmensidad del mar.

Como si fuera una pintura rupestre, la gráfica “B. Carrasco diputado” (ubicación) permanece quizás de hace qué tiempo en esos lugares. Por lo menos desde hace más de tres décadas: la última candidatura del ex diputado fue en 1989.  A pocos metros se ubican las instalaciones del Mentirosa 03 (ubicación), en el cual una panga realiza algún tipo de operación cuyo fin desconocemos.

Un poco más allá, el Mentirosa 01 (ubicación) mantiene su pontón, pero no se ve en funcionamiento.  Está a la entrada de una pequeña ensenada donde se emplaza el centro de operaciones de Cooke Aquaculture Chile (ubicación) en el fiordo Cupquelán, propietaria de todas estas granjas salmoneras.  Una especie de villorrio, donde ondean tres banderas: la de la empresa, la chilena y la canadiense.

En un reporte de 2017, se informaba que en la población existe “casino, bodegas de alimentos y acopio de combustibles”, con pasarelas “construidas con maderas nativas” en medio “del bosque virgen de la zona”.  En el registro del portal de mapas del Servicio de Impuestos, el área es parte del paño “Estero Garrao Chico”, con Cooke Aquaculture Chile S.A. y el Fisco como titulares (rol 1082-47, comuna de Aysén), aunque al año 2019, al menos, se informaba que este terreno de unas 155 hectáreas era aún arrendado por el Ministerio de Bienes Nacionales a la empresa Salmones Cupquelán S.A, adquirida en 2008 por Cooke.

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Un murallón con alma de conmemoración nos recibe a la salida del estrecho (ubicación): “Feliz cumple” nos dicen las letras azules en un lugar que desde hace rato ya no puede alardear de su virginidad.

Las mallas anti aves son señal de la presencia de actividad en un centro.  Es el caso del Mentirosa 02 (ubicación), el primero que vemos durante la jornada con personal y trabajos in situ.  El siguiente es Mentas 2 (ubicación), también con mucha actividad.

Concluida la jornada, enfilamos hacia Exploradores.

Tras más de ocho horas de navegación, algo más conocimos de estas instalaciones en parajes que hasta antes de la marea naranja no conocía faenas masivas y de grandes impactos.  Viajando desde el norte y el este, este enjambre de jaulas da la bienvenida al Parque Nacional Laguna San Rafael y a los hielos continentales, íconos de la Patagonia y el país.

Pero no es el peor de los casos.

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En base a fotos Álvaro Vidal

Otras zonas del mar austral permanecen mucho más intervenidas y contaminadas.  Periódicamente se difunden imágenes de basura y desechos que deja este tipo de acuicultura, principalmente en la Reserva Nacional Las Guaitecas.  En 2021 hubo más de 5 mil toneladas de salmones muertos producto del fenómeno de la “marea café”.  Y se ha encontrado contaminación en gran parte del ambiente marino de la Patagonia norte, el que “se ha visto gravemente afectada por la actividad acuícola extensiva de las últimas décadas, lo que ha provocado la contaminación de las playas por plásticos y la deposición de sedimentos microplásticos”.  Basura que “ya está en la cadena trófica y seguramente ya impactando a la fauna… los plásticos tienen químicos altamente tóxicos y estos tóxicos se desprenden de los plásticos y son absorbidos por los organismos y por nosotros”.

Así con la industria verde.

Desembarcamos en Bahía Exploradores, para emprender rumbo a Puerto Río Tranquilo.  Tras poco más de dos horas de viaje, por el mismo camino que conduce al glaciar, llegamos al pueblo.

Me despido de los Danieles y de Peter.  Procesando lo que vivimos, el legado de la salmonicultura en las áreas protegidas.

Con Daniel, el patrón, hablamos unos días después. El 29 de octubre, cuando me compartió las imágenes de la ballena que por esos días apareció muerta al lado del centro Huillines 3.

Tenemos una intuición, al límite de la certeza, que es la misma ballena cuyo soplo quisimos inmortalizar al inicio de nuestra travesía.  No tuvimos suerte.  Hoy lo sabemos, ella tampoco.

Por Patricio Segura

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