Escribo estas líneas días después de haber participado en la despedida de un amigo que enfrentó una enfermedad terminal y de haber compartido reflexiones con sus seres queridos. Ello coincide con el anuncio del Ejecutivo sobre la intención de legislar sobre la eutanasia y con la reciente conmemoración del Día Mundial de los Cuidados Paliativos.
En el contexto de enfermedades terminales y el manejo del final de la vida, los cuidados paliativos y la eutanasia son dos conceptos que suelen generar controversia, confusión, mitos y resistencias. Sin embargo, lejos de ser contradictorios, ambos pueden y deben ser complementarios, ofreciendo a las personas la posibilidad de un buen morir, adaptado a sus necesidades, creencias y deseos.
Los cuidados paliativos son un conjunto de acciones destinadas a mejorar la calidad de vida de quienes enfrentan enfermedades terminales. Su objetivo no es curar, pues esto ya no es posible, sino aliviar el sufrimiento físico, emocional y espiritual. Se centran en el manejo del dolor y otros síntomas que afectan la calidad de vida, brindando apoyo, tanto a la persona enferma como a sus seres queridos. El acceso a estos cuidados es un derecho y la sociedad tiene la obligación de garantizarlo. A su vez, los sistemas de salud deben asegurar que, en todo el territorio, lo más cerca del hábitat de las personas, existan equipos especializados que cuenten con las tecnologías, medicamentos y capacidades interdisciplinares necesarias para ofrecerlos con calidad y de forma integral.
En nuestro país, desde hace años existen políticas públicas en este ámbito, y en octubre de 2021 se promulgó la Ley N° 21.375, que consagra los cuidados paliativos y los derechos de las personas con enfermedades terminales. Y aunque se ha avanzado en esta materia, es necesario seguir fortaleciendo la existencia de equipos de salud suficientes y bien provistos de los recursos, capacitación y apoyo psicológico continuos que estos requieren, y que junto a ello, se pueda brindar adecuado apoyo social, económico y emocional a quienes desde la familia y la comunidad cuidan y acompañan los enfermos, para que el final de la vida se transite con la dignidad que todo ser humano merece.
Uno de los mitos más comunes es que los cuidados paliativos buscan prolongar la vida a cualquier costo, lo que puede generar rechazo entre quienes desean evitar un sufrimiento prolongado, pero estos no implican tratamientos que sobrepasen la racionalidad ética ni científica y mucho menos el encarnizamiento terapéutico. No pretenden alargar la vida indefinidamente, sino asegurar que el tiempo restante se viva de la mejor manera posible, ya que en algunos casos la enfermedad puede generar dolores insoportables o una carga emocional y psicológica difícil de aliviar.
Los cuidados paliativos han avanzado significativamente y pueden en muchas situaciones proporcionar alivio y confort generando un contexto para una muerte en dignidad. Desafortunadamente, especialmente en enfermedades como las neurodegenerativas o ciertos tipos de cáncer terminal, donde el dolor o la incapacidad física son extremas, aun los mejores cuidados paliativos no siempre pueden asegurar un buen morir. Hay situaciones en las que el sufrimiento persiste, no es soportable y no puede mitigarse con medicamentos o intervenciones médicas. Es aquí donde la complementariedad entre cuidados paliativos y eutanasia cobra relevancia.
La eutanasia es una intervención de salud que acerca la muerte a una persona, a petición informada y consciente de ella, para evitar sufrimientos y condiciones que para la persona se perciben contrarias a la dignidad de un buen morir. Este acto, considerado un derecho en algunos países, implica el respeto a la autonomía y dignidad de las personas.
Muchos temen que la eutanasia pueda abrir la puerta a abusos o desvalorizar la vida, pero la legislación en los países que la permiten establece criterios rigurosos y supervisión estricta para garantizar su aplicación en casos en que ya los cuidados paliativos no son suficientes. Otra resistencia se basa en la percepción de que es una forma de “rendirse” o “abandonar” la atención médica. Sin embargo, tanto la eutanasia como los cuidados paliativos son opciones que permiten tener control sobre su proceso de muerte.
Uno de los principales argumentos éticos para considerar la eutanasia como un derecho, radica en valorar y respetar la autonomía de las personas. Cada individuo tiene derecho a tomar decisiones informadas y responsables sobre su vida y su cuerpo. En una enfermedad incurable, este derecho incluye la posibilidad de decidir cuándo y cómo morir. También responde a los principios de beneficencia y no maleficencia, pilares de la ética médica: procurar el bienestar de la persona enferma y evitarle daños innecesarios. Cuando la vida se convierte en una fuente incesante de dolor, prolongarla puede interpretarse como un acto de maleficencia.
Desde una perspectiva de justicia, negar la eutanasia a quienes la solicitan es imponer un estándar de vida que puede no coincidir con los valores o deseos del individuo. Por ello, muchos defensores de los derechos humanos argumentan que debe ser una opción legal y accesible para aquellos que, en circunstancias específicas, decidan ejercer este derecho.
Como se ha expuesto, cuidados paliativos y eutanasia no son enfoques opuestos, sino partes de un espectro más amplio que busca asegurar el buen morir. Lejos de ser excluyentes, ambos enfoques pueden combinarse, dependiendo de las circunstancias, y las necesidades y deseos de la persona que sufre un padecimiento terminal, para garantizar una muerte digna y en paz.
Legislar en esta materia abre posibilidades, siempre y cuando el centro sea la persona humana y su dignidad. Ningún dogma o creencia debería estar por encima de ello. Una legislación sobre este tema debe ser respetuosa de las creencias religiosas y la diversidad de opciones. Sin embargo, así como nadie debe ser obligado a actuar en contra de su voluntad, tampoco ninguna creencia puede negar la dignidad del buen morir, concepto que se refiere a una muerte digna, donde se respetan los valores, creencias y deseos de la persona enferma, evitando sufrimientos innecesarios.
Como médico, he debido acompañar muchas veces los últimos momentos de un ser humano, lo que me ha hecho reflexionar sobre como quisiera vivir mi propia vivencia de morir. Desde mi experiencia quisiera que el debate sobre la eutanasia, que reconozco controversial, estuviera abierta generosamente a la necesidad del otro, de sus derechos y libre de prejuicios, y pleno de compasión y respeto. Nadie puede obligar a alguien a terminar su vida si va contra sus creencias, pero tampoco se puede obligar a alguien a soportar un dolor que no puede tolerar.
Source link